domingo, 27 de diciembre de 2009

El algarrobo (María Fuertes)

Autor de la pintura: José Antonio Fernández Almeida


No volverán los caminos polvorientos ni mis huellas tras las huellas del reluciente caracol. No volveré a adentrarme en el corazón del viejo algarrobo con sus raíces como venas dilatadas empujando hacia el exterior.
El interior de aquel algarrobo estaba desnudo. El manosear de los niños impedía que nacieran nuevos vástagos. Sus ramas trabadas tenían forma de brazos que mecen. Yo me tendía sobre ellas y soñaba sueños para el día que vivíamos o para el día siguiente. No estaba en mi imaginación el progreso ni en casa se hablaba de él.


Todo era tan lento en mi niñez que parecía que el tiempo no pasaba.
Las situación económica sólo daba para comer, y mal. Esto era frontera para las ilusiones.
Yo seguía subida en el algarrobo y con un trozo de vidrio en las manos, mientras masticaba su fruto seco, tallaba mi nombre en alguna rama. ¡Había tantos nombres y corazones dibujados! Alguno hasta deformado en los nudos de las ramas.
Era curioso el tiempo que yo pasaba soñando dentro del algarrobo.
De este letargo profundo en fantasías, sólo me despertaba la voz de mi madre llamándome desde lejos: ¡María! ¡María!
Mi nombre se abría al viento como un abanico y caía sobre mí, cerrándose de golpe, y mi cuerpo diminuto saltaba de las ramas a la tierra.

Entonces me daba cuenta de que la tarde ya no brillaba y que no era tan dorada la senda de regreso a casa.

María Fuertes
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