lunes, 2 de mayo de 2011

La mosca

Osada mosca
que tu insistente zumbido de torpe vuelo
percibo amenazante de nuevo junto a mí,
alertando mi voraz instinto de asesino,
que me obliga otra vez a darte muerte.
Te maté tantas veces, y en tantos lugares.
Te maté en Venecia, en Cisjordania, en Buenos Aires.
Te maté en Sarajevo, en Casablanca y en Shangai.
En los cálidos remansos del Nilo,
y en las putrefactas aguas del Ganges.
En los quioscos de salchichas de a medio dólar,
empapas de mostaza, en la Quinta Avenida.
Te maté bajo las diminutas gotas de una fina lluvia en Montevideo
y hasta en las estancias palaciegas de Versalles te dí la muerte.
Tu siempre me seguiste allá donde yo fuera.
Estabas en todas partes. En el hotel, en la prisión,
en el burdel, en la cafetería, o en la sala de autopsias,
revoloteando insistente entre las vísceras
de pálidos y anónimos cadáveres.
Nunca he olvidado aquella tarde que te diera muerte,
en silencio, discretamente, incluso de manera amable.
Estabas en el pelo de esa bella mujer que nunca llegué a besar.
Hoy he de matarte de nuevo
aplastándote contra el duro cristal de esta ventana
que me separa de un mundo hostil,
en esta habitación de fonda de suburbio.
Tu con tus infinitas vidas.
Yo, sentado en esta silla, en el borde de mi tiempo,
con mi única vida, pero aún así,
tengo que matarte una vez más.

Rogelio Abad Mora
octubre de 2010
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